Por Dacxilia Deras
Era el último día de la ola de calor que nos abrazaba en Nueva York, me encontraba en la cocina desayunando en la pequeña mesa redonda, observando los rayos que se colaban por la ventana que da hacia el patio trasero, mientras, solo contaba las horas deseando que el tiempo pasara lo más rápido posible, y tomaba a sorbos como toda una valiente aquel café que no parecía otra cosa más que un líquido sacado directo del infierno, igual lo disfrutaba.
Fotografía por Eric Masur [1]
Justo mientras mi vista estaba estática en la nada, tratando de encontrar dentro de mi mente quien sabe qué en los recovecos del pasado o tratando de hacer clarividencia para prepararme a lo inesperado, aquella luz que se saboreaba sofocante, incluso desde las primeras horas, se difuminó cuando se cruzó entre la ventana de la casa y la ventana de mis ojos una bella hoja en forma de corazón, que brotaba de una de las ramas de una débil veranera que mi hija me obsequió para el día de las madres, toda una reliquia por estos rumbos, ese día estaba llena de flores color fucsia brillante, adornada desde el tronco hasta la punta, era toda una reina sembrada en esa pequeña maceta, y mi hija toda una heroína por haber caminado con ella cerca de seis calles con tal de traerla intacta y soberana. Posaba allí aquel corazón rígido y dócil a la vez como esperando a que alguien posara los ojos en él para dársela de galante en medio de todas las demás hojas ordinarias.
Me levanté de la silla, me acerqué y lo aprecié con el mismo fervor que lo hice hace tiempo con otros corazones verdes en un sueño lejano. Sentí que debía plantar aquel infinito y minúsculo gesto de la naturaleza en papel y lápiz, dando por iniciada una apreciación de ese día:
Un día de verano
“Por la mañana, entre el verdor de mi ventana, en las débiles ramas de una veranera sin flor, mientras el humo de una taza de café se difumina entre mis ojos y la luz del resplandor, descubro un corazón verde, es tan perfecto en forma, cuidadosamente elaborado luce disfrazado de hoja vívida y fresca.
Entonces…te recuerdo en medio de aquellos corazones verdes de aquel sueño
de hace muchos ayeres.
Por la tarde, flotando en la quietud del ambiente, con el vapor del día y el sol sobre las hojas me encuentro sin planearlo, en una pausa de vida, tan lento todo, sofocante brisa. Un anciano al otro lado de la calle, no sé si me mira, o solo está ido en su nostalgia de medios días, alguno que otro motor se acerca, un perro ladra a lo lejos, los sonidos dibujan olas del mar frente a mi persiana, todo pasa lento, asfixiante.
Entonces… te recuerdo en medio de aquellas calles infinitas con viejas historias bajo el sol parado sobre el asfalto.
Llega la noche, sí llegó, después de un día calmado, inercial. Es tibia la noche en Nueva York, callada y sigilosa, el calor silencia las masas, sepulcral. Es tibia esta noche.
La cena, la sobremesa, escuchando los días de todos. Compartir experiencias, quejas y alegrías, luego de nuevo el silencio. Una suave brisa. Ropa ligera. Aire artificial ayuda a dormir para vivir, el frío invade las habitaciones, el descanso efímero llama.
La piel, abrazos, roces, olores y remanso.
Entonces…el mundo se recoge, no existe, solo el universo, tu y yo.
La paz, oscuridad, energías”
Y agrego a mi día el plácido recuerdo de un poema que escribí allá por el 2019
Corazones Verdes[2]
Anoche te soñé,
vi tus ojos mirar los míos,
sentí tus labios unirse a mi alma,
acariciabas mis penas,
alegrabas mi vida,
me regalabas tu calma.
Te tuve tan cerca, respiré tu aire,
tuve tu abrazo
y de tu boca salió una frase:
—Por esto vine, necesito, aunque sea un efímero instante
poder posarme en tu regazo y olvidar que debo marcharme—
Me invadió tu cálido espíritu,
sentí tus manos sujetar las mías
ante tan supremo sentimiento
calló el silencio,
y nos traspasó una mística energía.
Por un camino de corazones verdes
nuestros pasos se encontraban.
¡Hasta la madre naturaleza sabía
cuanto tú me amabas!
Y con la fuerza de tus brazos
me alzaste en ese andar de sueños
la magia como neblina, nos abrazó
junto a un rosal de luceros.
Me sentí protegida, amada,
y por un rato más que viva,
al ver que en el mundo de Eros
yo soy tu más preciado anhelo.
Dulce y cruel sueño al que por
siempre volver quiero,
sin embargo, con gran pesar mis ojos
al dorado amanecer se abrieron.
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¡ Gracias por leerme!
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Citas Bibliográficas
[1] (Masur, 2022)
[2] (Deras, 2022)
Fuentes Bibliográficas
1. Deras, D. (2022). Confesiones. Nueva York: Empire Books Editions.
2. Masur, E. (2022). Unplash. Retrieved from https://unsplash.com/es/@eric_masur
Soy escritora, consultora editorial y artista si deseas saber más de lo que hago visita www.dacxiliaderas.com
Me encanto la historia pero me enamore del segundo poema.